Nuestra mente recopila información a través de nuestro sistema sensorial.
Todo lo que oímos, vemos, olemos, saboreamos y sentimos.
Esta información es filtrada a través de las propias creencias, principios, valores, juicios personales… Una vez filtrada la información, los datos pasan a ser seleccionados por “archivos” y estos almacenados en “carpetas” que componen nuestra memoria, donde se ubican la carpeta de generalización, la carpeta de distorsión y hasta la “papelera”.
Es por ello, que cuando accedemos a los recuerdos tenemos la certeza de que lo que describimos es tal y como sucedió aunque, lo más probable, es que la información ya no esté del todo completa y/o distorsionada. (Y como más tiempo pase del evento vivido, más deterioro sufre el recuerdo).
Los recuerdos mejor guardados son aquellos donde enfocamos la atención.
Con los recuerdos con alta carga emocional la atención se centra en el núcleo de esa experiencia, ésta provoca tal impacto que se lleva una gran atención por lo que los detalles periféricos pueden ir directos a la carpeta “distorsión” o incluso a la “papelera”. (Es probable que olvidemos el atuendo del atracador, aunque sí recordaremos el arma).
La función de la mente es mantener nuestra supervivencia activando y desactivando conexiones como respuesta a estímulos externos en base a la información almacenada. Es importante recordar que opera desde un filtro inicial (creencias, principios, valores, juicios…) al que debemos actualizar de vez en cuando al ritmo del entorno cambiante en el que vivimos. De lo contrario, la mente mantendrá respuestas automáticas que, aunque en su día nos pudieron servir para sobrevivir, hoy no sólo ya no sirven, sino que además nos pueden limitar el avance.